sábado, 4 de agosto de 2007

movimientismo o partido para la revolución

Movimientismo o Partido para la revolución



Creemos que en la escena política de latinoamericana, el EZLN, el MST o los piqueteros en Argentina social, donde sus formatos organizativos, sus estrategias y tácticas de lucha. Pero, más allá de estas variaciones habría que comenzar diciendo que ellos han ejercido una saludable influencia en la vida pública de nuestros países, si bien ahora siento que deben enfrentarse a formidables desafíos que, probablemente, limiten las posibilidades de su futuro protagonismo en el marco de la política nacional. Comencemos por el caso del zapatismo en México, un admirable movimiento dotado de una fuerza simbólica extraordinaria y que ha inspirado a millones de personas en todo el mundo a lanzarse a la lucha contra "los señores del dinero." Tan sólo por eso el zapatismo merece todo nuestro respeto. Pero, si dejamos el terreno axiológico y pasamos al plano político, uno comprueba que ya han pasado veinte años desde la conformación del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y diez años de la insurrección en Chiapas y las condiciones de opresión y explotación que padecen los indígenas mexicanos, incluso exclusivamente en Chiapas, poco han cambiado. Tal vez en las comunidades zapatistas, pero hay que recordar que no todas las comunidades que hay en ese Estado se identifican con el zapatismo. Por supuesto que sería absurdo y profundamente injusto exigir grandes resultados, olvidándose de que se trata de una larga, muy larga lucha y que las condiciones que oprimen a esas poblaciones se estructuran en el plano nacional e internacional y que, por lo tanto, una lucha localizada difícilmente podría cambiarlas. Dadas estas restricciones, lo que los zapatistas hicieron para mejorar las condiciones materiales y espirituales de las poblaciones indígenas es un logro insoslayable. Logro que se sitúa más en el terreno de la conciencia y de la ideología que en el mundo material. Es ahí donde su revolución, la "revuelta de la dignidad", cosechó los mejores frutos y donde su ejemplo se irradió por todo el mundo. En el terreno económico, en cambio, su impacto fue mucho más modesto y en el político, a casi once años de su aparición su incidencia en el plano nacional es sumamente limitada. En este sentido creo que sería útil señalar que la trayectoria del zapatismo describió una parábola que sucintamente podría describirse así: estupor y sorpresa generalizadas a comienzos de 1994; creciente entusiasmo y apoyo de amplios sectores de la población mexicana -y del resto del mundo- en los años subsiguientes, a punto tal que los zapatistas, y sobre todo Marcos, se convierten en un verdadero icono que identifica a las protestas contra el neoliberalismo en todo el mundo. A esto sigue un período de relativo estancamiento que se interrumpe con el lanzamiento de la gran caravana que recorre el país y llega triunfalmente al Zócalo de la ciudad de México en marzo del 2001. Este es, a mi modesto entender, el minuto clave, porque generó una enorme expectativa en todo el país. La caravana constituyó un bellísimo ejemplo de eso que Gramsci llamara "momentos de vida intensamente colectiva", y que debía aprovecharse lanzando, ahí mismo, una gran organización política dispuesta a luchar por el poder en el plano nacional. Por supuesto que esto no dependía sólo de los zapatistas, pero no se hizo. Si ellos lo hubieran hecho habrían obligado a la izquierda tradicional por lo menos a expedirse y a tener que enfrentar el debate. En lugar de eso, y de manera sorprendente, la caravana decidió abandonar la ciudad de México y regresar a Chiapas, desperdiciando una inmejorable oportunidad. Luego sobrevendría una nueva etapa marcada por el silencio y la casi desaparición del zapatismo de la escena política y mediática -no en la vida cotidiana de las comunidades, por supuesto-, sólo alterada por la introducción de los caracoles como nueva forma de gobierno en las comunidades.

Resumiendo: el zapatismo no consiguió forjar un sistema de alianzas que posibilitara una modificación del cuadro político mexicano. Sus luchas no lograron incidir de tal manera que precipitasen un sostenido avance de las fuerzas populares y de las alternativas al capitalismo neoliberal. Por supuesto, esto dependía en gran medida de lo que aquéllas estuvieran dispuestas a hacer. Y los partidos y organizaciones de la izquierda tradicional mexicana, duele reconocerlo, no estuvieron a la altura de los desafíos que planteaba la emergencia del zapatismo. En lugar de conjuntar fuerzas, potenciaron sus respectivas debilidades y la consecuencia fue el avance impetuoso de la derecha. Sería un error, amén de una tremenda injusticia, atribuir esta frustración a los problemas estratégicos y tácticos del zapatismo. Pero lo cierto es que la nueva alternativa originada en las montañas del sureste mexicano no ha logrado todavía arraigarse en el espacio más amplio de la nación, suponiendo que éste hubiera sido su objetivo lo cual, lo admito, puede no haber sido el caso. Más allá de la simpatía y la solidaridad que merece el zapatismo, creo importante anotar lo que, a mi juicio, son algunos errores de estrategia política y de diagnóstico sobre la situación real de México. Señalemos apenas dos: primero, la ya mencionada retirada del Zócalo cuando lo aconsejable hubiera sido quedarse y capitalizar ese momento excepcional que se estaba viviendo en México; segundo, los errores de diagnóstico contenidos en algunas declaraciones y documentos del EZLN que proyectan la imagen de un México concebido como país indígena-campesino, lo cual es sociológicamente incorrecto. Puede haber sido así hace un siglo, aunque lo dudo. Pero hoy en día tal caracterización no se corresponde con la realidad y mal puede servir como brújula para impulsar un proceso de transformaciones como el que México necesita. De todas maneras, el zapatismo ha sido una de las buenas cosas que le han ocurrido a América Latina y a México. Un soplo fresco, que tanto necesitábamos, que nos ha servido para pensar cosas nuevas, romper viejos moldes y fomentar la audacia de la imaginación socialista. Por eso, yo creo que hay que solidarizarse con su lucha, que es absolutamente justa; pero apoyar su lucha no equivale a abandonar el pensamiento crítico. La comparación con el caso del Movimiento de los Sin Tierra (MST) del Brasil puede ser sumamente ilustrativa. Hay muchas diferencias entre ambos movimientos, pero hay una que me parece crucial: mientras el zapatismo ha optado por el rechazo sistemático a toda vinculación con las autoridades políticas del Estado, tanto en el plano nacional como en los niveles inferiores de la organización política, el MST ha hecho lo contrario. El gran mérito del MST fue que pudo adoptar una política de presionar y negociar con el Estado sin abandonar para nada los principios. Es claro que el Estado brasileño no ha desarrollado esa insuperable capacidad del Estado mexicano para cooptar movimientos y para deglutir fuerzas opositoras, por lo cual la negociación con sus autoridades es menos peligrosa que en México. Independientemente de esto, el MST es un movimiento de izquierda, ideológicamente muy coherente y doctrinario, nada sectario, y al mismo tiempo, y esto es lo excepcional, dotado de una flexibilidad táctica en materia política que se ha traducido en una significativa gravitación en la vida política y social del Brasil.

A la influencia ideológica que tiene el zapatismo sobre ciertos sectores de la sociedad mexicana, el MST le agrega en Brasil una influencia ideológica mucho más extendida y, a la vez, una gravitación en la vida económica, social y política que no tiene parangón en el caso mexicano. La combinación entre gran coherencia ideológica y flexibilidad táctica le ha permitido al MST construir nuevas relaciones de fuerza y acumular un poder social, ideológico, económico y político sin precedentes para un movimiento de ese tipo en América Latina.

Por último, el caso de los piqueteros en Argentina es muy complejo porque se trata, en realidad, de un archipiélago de distintas fuerzas y movimientos, sumamente fragmentado y sobre el cual es muy difícil formular una apreciación general. Mientras que al hablar del EZLN y el MST estamos hablando de una organización política y social, en el caso de los piqueteros lo hacemos de un amplio conjunto de organizaciones, sumamente diferentes entre sí en lo tocante a la ideología, modelos organizativos, estrategias y tácticas políticas, etcétera.

Hay sectores contestatarios que se oponen al capitalismo y al neoliberalismo, pero otros, sin duda mayoritarios, se agrupan simplemente para defender sus condiciones mínimas de existencia ante la amenaza del desempleo masivo. En esas condiciones, el gobierno de Kirchner ha desactivado bastante exitosamente los principales focos de protesta y contestación piquetera mediante la intensificación de un amplio programa asistencialista, el Plan Jefas y Jefes de Hogar, que llega a un millón setecientos mil jefes de familia. Por otra parte, la relativa recomposición de la situación de los sectores medios privó a los piqueteros de los importantes aliados con que contaban a finales del 2001 y comienzos del 2002. Si a esto se le suma la utilización indiscriminada de una sola táctica de lucha, los "cortes de calles y rutas", que ha generado crecientes críticas en la población, se comprenderán las razones por las cuales los piqueteros han visto declinar muy marcadamente su influencia política y social en la Argentina de hoy. Concluyo diciendo que un gran desafío que tienen los movimientos sobre los cuales me preguntaste es el de constituir ese intelectual colectivo al cual se refería Gramsci, capaz de sintetizar en un proyecto unitario el conjunto disperso y fragmentario de aspiraciones, intereses y demandas del complejo y plural universo de las clases subalternas de México, Brasil y la Argentina. Esta tarea es indispensable, y va más allá de los movimientos. Por algo Gramsci asignaba esa tarea al partido político, espacio en el cual debía sintetizarse un proyecto de desarrollo de todas las "energías nacionales", para seguir con las expresiones utilizadas en sus Cuadernos de la Cárcel. "El Estado -afirma Gramsci- se concibe, sin duda, como organismo propio de un grupo, destinado a crear las condiciones favorables a la máxima expansión de ese grupo; pero este desarrollo y esa expansión se conciben y se presentan como la fuerza motriz de una expansión universal, de un desarrollo de todas las energías ’nacionales’, o sea: el grupo dominante se coordina concretamente con los intereses generales de los grupos subordinados, y la vida estatal se concibe como un continuo formarse y superarse de equilibrios inestables (dentro del ámbito de la ley) entre los intereses del grupo fundamental y de los grupos subordinados". El problema es que tales partidos no están disponibles para esa tarea porque la crisis de los partidos políticos de izquierda ha alcanzado colosales proporciones. Ahí están, para demostrarlo, los casos del PRD, del PT, de los socialistas en Chile y tantos otros. He ahí una de las claves que explica la larga supervivencia del neoliberalismo en nuestros países: las múltiples y vigorosas formas de la protesta social que resisten a su opresión no encuentran un cauce que las unifique y las potencie ante la ausencia de partidos políticos dotados de la coherencia ideológica, legitimidad popular y eficacia organizativa como para construir una alternativa posneoliberal. Y en ese interregno, volvemos a Gramsci por última vez, "cuando lo viejo no termina de morir, y lo nuevo no termina de nacer" pueden aparecer toda clase de fenómenos aberrantes. Y América Latina está saturada de aberraciones.





Atilio Borón

2 comentarios:

El Popular... el diario de la PAC dijo...

cabros publiquen lo de la huelga de la juana calfunao, esta en huelga de hambre seca desde el 7 de agosto

El Popular... el diario de la PAC dijo...

publiken la marcha y la huelga de la juana calfunao

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