lunes, 27 de agosto de 2007

Somos Memoria Rebelde


"La historia de la sociedad humana, es la historia de la lucha de clases" Marx, Engels.
"Es necesario quitar sus tierras a los ricos y distribuirlas entre los pobres". Santiago Arcos.

Nos levantamos como una instancia de participación activa, inserta en las circunstancias y la vida política de hoy.
La recuperación de la historia del movimiento popular debe contribuir a la toma de conciencia de los trabajadores y el pueblo respecto de su papel, como una herramienta para la
transformación y puesta al servicio del proceso revolucionario.
Nuestra memoria debe ser rebelde, contestataria de la versión oficial, construida desde abajo y capaz de educarnos para la acción política.
Nos instalamos abierta y radicalmente en la trinchera de lucha contra el modelo neoliberal y el
capitalismo.
Nuestra política, hoy más que nunca, se basa en la capacidad para construir una fuerza
social antisistémica que impulse las tareas democráticas y revolucionarias que requiere nuestra
sociedad.
Para nosotros el realismo político consiste en conocer y estudiar la realidad para cambiarla, no para someterse a ella.
La historia de lucha de los explotados será una forma para reconocernos e identificarnos, sumando fuerzas para su reivindicación y liberación definitiva.
La lucha del Pueblo ha sido multifacética, fundiéndose en una compleja mezcla de organización y
acción política.
Su estatura es fruto de formidables aprendizajes históricos, reflejados en las cosmovisiones y resistencias de los pueblos originarios, de los independentistas, de los igualitarios de 1850, de anarquistas y libertarios, socialdemócratas, marxistas, cristianos progresistas, de mujeres y hombres con dignidad.
Resuenan las voces de Janequeo y Lautaro en la resistencia mapuche; del guerrillero José Miguel Neira, que junto a Manuel Rodríguez expresara el anhelo popular en la lucha anticolonial; aquí con nosotros también están los combatientes y revolucionarios Luis Olea, Alicia Ramírez, Elmo Catalán, Miguel Enríquez, José Valenzuela Levi y Marta Ugarte.
El Pueblo a lo largo de su historia se ha organizado en milicias, sociedades de igualdad, mutuales,
sociedades de resistencia, mancomunales, sindicatos, federaciones y centrales de trabajadores,
comités de allegados, organizaciones culturales y estudiantiles, construcciones que le han dado una riqueza y sentido incomparable.
Las multiplicidad de formas de lucha usadas en distintos momentos, tienen un valor intrínseco y constituyen un valioso acervo político-histórico de las fuerzas de izquierda.
Desde el cooperativismo, la solidaridad, la lucha electoral y parlamentaria, las tomas y huelgas, la protesta y autodefensa miliciana, hasta el accionar armado, han permitido lograr avances sociales y políticos a contrapelo de los intereses capitalistas.
El enfrentamiento radical y la reacción instintiva contra la opresión se encuentran en los orígenes y son fundamento del despertar proletario.
Nos hemos enfrentado a un enemigo que basa su poder en la enajenación social, el dominio cultural y comunicacional, produciendo el deterioro sistemático de las condiciones de vida de los
trabajadores y trabajadoras.
Al acercarnos al segundo centenario de la independencia de Chile, la injusticia y la explotación no han cambiado.
Violencia y represión son usados como mecanismos de control social, fundacional y sistemático en la historia de Chile.
Frente a ello, en muchos periodos, la resistencia de clase se ha vuelto violenta, organizándose destacamentos armados y clandestinos que actúan inmersos en la masa y se transforman en un componente imprescindible en la defensa de los intereses populares.
Apuntamos a la justicia histórica como forma de recuperar la experiencia, el dolor y el espíritu de
quienes han vivido el atropello y la violación de sus derechos fundamentales.
Esta justicia histórica no se la entregamos al estado burgués ni a sus instituciones, por el contrario, se perfila en los espacios autónomos que construye la memoria popular. Los avances trascendentes no ocurren con permiso, y menos por el colaboracionismo de las organizaciones populares con los dueños del poder.
Con Memoria Rebelde nos incorporamos a los permanentes esfuerzos que se vienen realizando
desde el mundo popular. Nos orienta una intransigencia clasista y autónoma de interpretar los
sucesos de nuestra historia. Aspiramos, por una parte, a ser un centro de investigación y recopilación histórica; por otra, asumimos como tarea la intervención política basada en los hechos históricos.
A los héroes y mártires populares no queremos homenajearlos como a seres inmóviles, como
estatuas de piedra.
Los recordamos como vivo ejemplo de consecuencia revolucionaria; es por ellos y en su nombre que estamos obligados a recordar para volver a soñar, para construir, para insistir en tomar el cielo por asalto.
Chile, agosto de 2007.

sábado, 4 de agosto de 2007

movimientismo o partido para la revolución

Movimientismo o Partido para la revolución



Creemos que en la escena política de latinoamericana, el EZLN, el MST o los piqueteros en Argentina social, donde sus formatos organizativos, sus estrategias y tácticas de lucha. Pero, más allá de estas variaciones habría que comenzar diciendo que ellos han ejercido una saludable influencia en la vida pública de nuestros países, si bien ahora siento que deben enfrentarse a formidables desafíos que, probablemente, limiten las posibilidades de su futuro protagonismo en el marco de la política nacional. Comencemos por el caso del zapatismo en México, un admirable movimiento dotado de una fuerza simbólica extraordinaria y que ha inspirado a millones de personas en todo el mundo a lanzarse a la lucha contra "los señores del dinero." Tan sólo por eso el zapatismo merece todo nuestro respeto. Pero, si dejamos el terreno axiológico y pasamos al plano político, uno comprueba que ya han pasado veinte años desde la conformación del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y diez años de la insurrección en Chiapas y las condiciones de opresión y explotación que padecen los indígenas mexicanos, incluso exclusivamente en Chiapas, poco han cambiado. Tal vez en las comunidades zapatistas, pero hay que recordar que no todas las comunidades que hay en ese Estado se identifican con el zapatismo. Por supuesto que sería absurdo y profundamente injusto exigir grandes resultados, olvidándose de que se trata de una larga, muy larga lucha y que las condiciones que oprimen a esas poblaciones se estructuran en el plano nacional e internacional y que, por lo tanto, una lucha localizada difícilmente podría cambiarlas. Dadas estas restricciones, lo que los zapatistas hicieron para mejorar las condiciones materiales y espirituales de las poblaciones indígenas es un logro insoslayable. Logro que se sitúa más en el terreno de la conciencia y de la ideología que en el mundo material. Es ahí donde su revolución, la "revuelta de la dignidad", cosechó los mejores frutos y donde su ejemplo se irradió por todo el mundo. En el terreno económico, en cambio, su impacto fue mucho más modesto y en el político, a casi once años de su aparición su incidencia en el plano nacional es sumamente limitada. En este sentido creo que sería útil señalar que la trayectoria del zapatismo describió una parábola que sucintamente podría describirse así: estupor y sorpresa generalizadas a comienzos de 1994; creciente entusiasmo y apoyo de amplios sectores de la población mexicana -y del resto del mundo- en los años subsiguientes, a punto tal que los zapatistas, y sobre todo Marcos, se convierten en un verdadero icono que identifica a las protestas contra el neoliberalismo en todo el mundo. A esto sigue un período de relativo estancamiento que se interrumpe con el lanzamiento de la gran caravana que recorre el país y llega triunfalmente al Zócalo de la ciudad de México en marzo del 2001. Este es, a mi modesto entender, el minuto clave, porque generó una enorme expectativa en todo el país. La caravana constituyó un bellísimo ejemplo de eso que Gramsci llamara "momentos de vida intensamente colectiva", y que debía aprovecharse lanzando, ahí mismo, una gran organización política dispuesta a luchar por el poder en el plano nacional. Por supuesto que esto no dependía sólo de los zapatistas, pero no se hizo. Si ellos lo hubieran hecho habrían obligado a la izquierda tradicional por lo menos a expedirse y a tener que enfrentar el debate. En lugar de eso, y de manera sorprendente, la caravana decidió abandonar la ciudad de México y regresar a Chiapas, desperdiciando una inmejorable oportunidad. Luego sobrevendría una nueva etapa marcada por el silencio y la casi desaparición del zapatismo de la escena política y mediática -no en la vida cotidiana de las comunidades, por supuesto-, sólo alterada por la introducción de los caracoles como nueva forma de gobierno en las comunidades.

Resumiendo: el zapatismo no consiguió forjar un sistema de alianzas que posibilitara una modificación del cuadro político mexicano. Sus luchas no lograron incidir de tal manera que precipitasen un sostenido avance de las fuerzas populares y de las alternativas al capitalismo neoliberal. Por supuesto, esto dependía en gran medida de lo que aquéllas estuvieran dispuestas a hacer. Y los partidos y organizaciones de la izquierda tradicional mexicana, duele reconocerlo, no estuvieron a la altura de los desafíos que planteaba la emergencia del zapatismo. En lugar de conjuntar fuerzas, potenciaron sus respectivas debilidades y la consecuencia fue el avance impetuoso de la derecha. Sería un error, amén de una tremenda injusticia, atribuir esta frustración a los problemas estratégicos y tácticos del zapatismo. Pero lo cierto es que la nueva alternativa originada en las montañas del sureste mexicano no ha logrado todavía arraigarse en el espacio más amplio de la nación, suponiendo que éste hubiera sido su objetivo lo cual, lo admito, puede no haber sido el caso. Más allá de la simpatía y la solidaridad que merece el zapatismo, creo importante anotar lo que, a mi juicio, son algunos errores de estrategia política y de diagnóstico sobre la situación real de México. Señalemos apenas dos: primero, la ya mencionada retirada del Zócalo cuando lo aconsejable hubiera sido quedarse y capitalizar ese momento excepcional que se estaba viviendo en México; segundo, los errores de diagnóstico contenidos en algunas declaraciones y documentos del EZLN que proyectan la imagen de un México concebido como país indígena-campesino, lo cual es sociológicamente incorrecto. Puede haber sido así hace un siglo, aunque lo dudo. Pero hoy en día tal caracterización no se corresponde con la realidad y mal puede servir como brújula para impulsar un proceso de transformaciones como el que México necesita. De todas maneras, el zapatismo ha sido una de las buenas cosas que le han ocurrido a América Latina y a México. Un soplo fresco, que tanto necesitábamos, que nos ha servido para pensar cosas nuevas, romper viejos moldes y fomentar la audacia de la imaginación socialista. Por eso, yo creo que hay que solidarizarse con su lucha, que es absolutamente justa; pero apoyar su lucha no equivale a abandonar el pensamiento crítico. La comparación con el caso del Movimiento de los Sin Tierra (MST) del Brasil puede ser sumamente ilustrativa. Hay muchas diferencias entre ambos movimientos, pero hay una que me parece crucial: mientras el zapatismo ha optado por el rechazo sistemático a toda vinculación con las autoridades políticas del Estado, tanto en el plano nacional como en los niveles inferiores de la organización política, el MST ha hecho lo contrario. El gran mérito del MST fue que pudo adoptar una política de presionar y negociar con el Estado sin abandonar para nada los principios. Es claro que el Estado brasileño no ha desarrollado esa insuperable capacidad del Estado mexicano para cooptar movimientos y para deglutir fuerzas opositoras, por lo cual la negociación con sus autoridades es menos peligrosa que en México. Independientemente de esto, el MST es un movimiento de izquierda, ideológicamente muy coherente y doctrinario, nada sectario, y al mismo tiempo, y esto es lo excepcional, dotado de una flexibilidad táctica en materia política que se ha traducido en una significativa gravitación en la vida política y social del Brasil.

A la influencia ideológica que tiene el zapatismo sobre ciertos sectores de la sociedad mexicana, el MST le agrega en Brasil una influencia ideológica mucho más extendida y, a la vez, una gravitación en la vida económica, social y política que no tiene parangón en el caso mexicano. La combinación entre gran coherencia ideológica y flexibilidad táctica le ha permitido al MST construir nuevas relaciones de fuerza y acumular un poder social, ideológico, económico y político sin precedentes para un movimiento de ese tipo en América Latina.

Por último, el caso de los piqueteros en Argentina es muy complejo porque se trata, en realidad, de un archipiélago de distintas fuerzas y movimientos, sumamente fragmentado y sobre el cual es muy difícil formular una apreciación general. Mientras que al hablar del EZLN y el MST estamos hablando de una organización política y social, en el caso de los piqueteros lo hacemos de un amplio conjunto de organizaciones, sumamente diferentes entre sí en lo tocante a la ideología, modelos organizativos, estrategias y tácticas políticas, etcétera.

Hay sectores contestatarios que se oponen al capitalismo y al neoliberalismo, pero otros, sin duda mayoritarios, se agrupan simplemente para defender sus condiciones mínimas de existencia ante la amenaza del desempleo masivo. En esas condiciones, el gobierno de Kirchner ha desactivado bastante exitosamente los principales focos de protesta y contestación piquetera mediante la intensificación de un amplio programa asistencialista, el Plan Jefas y Jefes de Hogar, que llega a un millón setecientos mil jefes de familia. Por otra parte, la relativa recomposición de la situación de los sectores medios privó a los piqueteros de los importantes aliados con que contaban a finales del 2001 y comienzos del 2002. Si a esto se le suma la utilización indiscriminada de una sola táctica de lucha, los "cortes de calles y rutas", que ha generado crecientes críticas en la población, se comprenderán las razones por las cuales los piqueteros han visto declinar muy marcadamente su influencia política y social en la Argentina de hoy. Concluyo diciendo que un gran desafío que tienen los movimientos sobre los cuales me preguntaste es el de constituir ese intelectual colectivo al cual se refería Gramsci, capaz de sintetizar en un proyecto unitario el conjunto disperso y fragmentario de aspiraciones, intereses y demandas del complejo y plural universo de las clases subalternas de México, Brasil y la Argentina. Esta tarea es indispensable, y va más allá de los movimientos. Por algo Gramsci asignaba esa tarea al partido político, espacio en el cual debía sintetizarse un proyecto de desarrollo de todas las "energías nacionales", para seguir con las expresiones utilizadas en sus Cuadernos de la Cárcel. "El Estado -afirma Gramsci- se concibe, sin duda, como organismo propio de un grupo, destinado a crear las condiciones favorables a la máxima expansión de ese grupo; pero este desarrollo y esa expansión se conciben y se presentan como la fuerza motriz de una expansión universal, de un desarrollo de todas las energías ’nacionales’, o sea: el grupo dominante se coordina concretamente con los intereses generales de los grupos subordinados, y la vida estatal se concibe como un continuo formarse y superarse de equilibrios inestables (dentro del ámbito de la ley) entre los intereses del grupo fundamental y de los grupos subordinados". El problema es que tales partidos no están disponibles para esa tarea porque la crisis de los partidos políticos de izquierda ha alcanzado colosales proporciones. Ahí están, para demostrarlo, los casos del PRD, del PT, de los socialistas en Chile y tantos otros. He ahí una de las claves que explica la larga supervivencia del neoliberalismo en nuestros países: las múltiples y vigorosas formas de la protesta social que resisten a su opresión no encuentran un cauce que las unifique y las potencie ante la ausencia de partidos políticos dotados de la coherencia ideológica, legitimidad popular y eficacia organizativa como para construir una alternativa posneoliberal. Y en ese interregno, volvemos a Gramsci por última vez, "cuando lo viejo no termina de morir, y lo nuevo no termina de nacer" pueden aparecer toda clase de fenómenos aberrantes. Y América Latina está saturada de aberraciones.





Atilio Borón

Compañeras y compañeros
Hermanas y Hermanos:

Hablar en torno a una fecha como las que nos convoca, nos llama a hablar honrando los heroicos esfuerzos del pueblo cubano y de los miles de combatientes que dieron sus vidas a lo largo de medio siglo. Nos llama además resaltar el orgullo por la grandiosa obra realizada, los obstáculos que se vencieron y los imposibles que este pueblo hizo posibles.

Por aquel entonces Cuba contaba con una población que no llegaba a seis millones de habitantes. El país estaba bajo tutelaje estadounidense, como secuela de la invasión con que frustraron los objetivos de su larga guerra por la independencia. Controlaban su economía y recursos naturales. Redujeron prácticamente a cero la soberanía nacional. Habían impuesto, a viva fuerza, en su primera Constitución el derecho del gobierno de Estados Unidos a intervenir en Cuba, y la ocupación del territorio nacional para la Base Naval de Guantánamo, que hoy utilizan como horrorosa prisión.

El nefasto panorama anterior, impulsó, hace 54 años, que 82 hombres asaltaran el Cuartel Moncada, la segunda fortaleza de la tiranía de Batista, quien había dado un golpe de estado con apoyo yanqui apenas 14 meses antes. Vendiendo o empeñando sus escasos bienes personales, aquellos revolucionarios, trabajadores humildes en su mayoría, habían sido capaces de armarse, entrenarse y llegar hasta el otro extremo de la isla sin ser detectados. Solo hechos casuales de último minuto impidieron el éxito de la acción. Decenas fueron asesinados. Se cumplían entonces cien años del natalicio del prócer mayor: José Martí.

El Asalto al Cuartel Moncada se inscribe entonces como el inicio del sueño de una América Morena libre y soberana, distante de los dictámenes del poder del Norte y sus aberraciones para con la humanidad. A partir de allí, muchos son los pueblos que se suman a ese sueño y cobijan la idea de enfrentarse a los que usurpan y explotan a sus pueblos. Avanzan las luchas por la construcción de un socialismo que satisfaga las necesidades de los más desposeídos y marginados por la brutalidad capitalista.

El Moncada con los mártires del centenario, representó y representa aún hoy el impulso el ejemplo de miles de latino americanos, que dicen BASTA !!

BASTA de abuso capitalista
BASTA de miseria
BASTA de imperialismo
BASTA de organizaciones políticas vende patria
BASTA de oportunistas y lame botas de los patrones

En ese empeño se abren espacio los distintos movimientos revolucionarios por todo el continente, que haciendo eco de una realidad insostenible se enfrenta de variadas formas a los traidores, capitalistas y explotadores de sus gentes. Los procesos de lucha evidencian sus ritmos, errores y aciertos, pero por sobre todo dejan de manifiesto que el afán de luchar es y será una necesidad impostergable para aquellos que sueñan con una patria más humana y justa.

Intensidades diversas de lucha son las que asoman en muchos pueblos de América, evidenciando que no existe un quiebre entre los sueños que despertaran los heroicos hermanos cubanos con los que palpitan hoy en la rabia, coraje y razón de los que luchan en este preciso instante.

Los moncadistas se constituyen en ejemplo de los que hoy combaten en nuestra patria, como los obreros subcontratados que con ejemplo de digno luchan por salarios, donde el ser humano sea protagonista del porvenir, unido con anhelo de justicia. Junto a los pobladores en lucha, con el orgullo de clase como bandera. De la misma forma se une la Nación Mapuche que en ancestral lucha reclama su derecho a ser libres y soberanos.

Con los mártires del centenario Manuel Cabalga De Nuevo